Cada viernes por la noche Pekisch tocaba el humanófono. Era un extraño instrumento. Lo había inventado él. En realidad era una especie de órgano en el cual, en lugar de tubos, había personas.Cada persona emitía una nota y sólo una: la suya personal. Pekisch maniobraba el conjunto desde un rudimentario teclado: cuando tocaba una tecla, un complejo sistema de cuerdas le hacía llegar ala muñeca derecha del cantante correspondiente un tirón: cuando notaba el tirón, el cantante emitía su nota. Si Pekisch mantenía apretada la tecla, la cuerda continuaba tirando y el cantante continuaba con su nota. Cuando Pekisch dejaba subir la tecla, la cuerda se aflojaba y el cantante callaba. Elemental.
En opinión de su inventor, el humanófono presentaba una ventaja fundamental: permitía cantar en un coro incluso a las personas que desafinan. Efectivamente, si bien hay mucha gente que no escapaz de engarzar tres notas seguidas sin desentonar, en cambio es muy raro encontrar a alguien incapaz de emitir una nota, una, con perfecta entonación y buen timbre. El humanófono se basaba en esta capacidad casi universal. Cada ejecutante sólo tenía que estar atento a su nota personal: del resto se ocupaba Pekisch.
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